lunes, 13 de junio de 2011

NI PUNTO DE COMPARACIÓN

Estos días me estoy acordando de un libro que leí de niño. Se trata de “La silla de plata” de la serie “El león, la bruja y el armario” de C.S. Lewis, una de las que más me gustaron. Más concretamente he estado recordando una de las partes en la que los dos protagonistas intentan convencer a la bruja de que existe otro mundo en el cual hay un león que es igual a un gato, sólo que más grande, y un sol que es igual que la lámpara, sólo que más grande… La bruja trata de defender su mundo y les dice que están inventando otro de ficción en el que cada cosa es igual a las del suyo, sólo que más grandes.

La razón por la que he recordado este cuento, especialmente esta parte, es por una conferencia que dí hace unos días y por una pregunta que me hicieron a continuación. De hecho, dicha pregunta (sobre la que volveré más tarde) es sólo un ejemplo más de la política llevada a cabo por parte de la propaganda palestina durante los últimos años, propaganda que intenta equiparar el conflicto de Oriente Medio a otros acontecimientos de la historia de la humanidad. El objetivo está claro: presentar a Israel de la peor manera posible y, para conseguirlo, no importa si se distorsiona la realidad.

Un ejemplo extremo de esto es la comparación que tratan de hacer los palestinos entre su situación y la de los judíos en Europa durante el Holocausto. Más allá del hecho de que se trata de una serie de mentiras y de propaganda barata, lamento decir que demasiada gente en el mundo lo cree y lo acepta, a veces ciertamente por falta de conocimiento pero, muchas otras por prejuicios y estereotipos.

También es éste el caso de la valla de seguridad que los palestinos tratan de comparar con el muro de Berlín ignorando completamente la principal diferencia  entre ambos: que el muro de Berlín fue construido para evitar que la gente se escapara de la Alemania Oriental hacia Occidente, mientras que la valla de seguridad (con sólo un 5% de cemento) se construyó para evitar los atentados suicidas de terroristas palestinos en los centros de las ciudades israelíes.

Otra de las comparaciones que no se sostienen es el uso continuado que hacen de la palabra “Apartheid”. La razón por la que la propaganda palestina usa esta palabra está muy clara, del mismo  modo que está muy claro que no hay ninguna similitud entre ambos casos. Además de los numerosos ejemplos y datos que presentan a los árabes israelíes como la población árabe más demócrata, con la mayor calidad de vida, la que menos emigra y la más educada de todo Oriente Medio (por no hablar de una de las reinas de la belleza israelí, árabe-palestina, del ex ministro de cultura israelí, árabe-palestino, o del capitán de la selección de fútbol israelí, árabe-palestino), entre otros muchos, últimamente ha venido a sumarse a todo ello un nuevo dato.

Hace unos meses se han publicado los resultados de un estudio titulado “Los palestinos de Jerusalén Oriental: Qué es lo que realmente quieren?”. Estos árabes-palestinos serán, según algunos análisis y pronósticos, ciudadanos de un futuro estado palestino tras el acuerdo de paz entre Israel y los palestinos (por ejemplo en la oferta de Ehud Barak en Camp David, en 2000, y la de Ehud Olmert en las negociaciones con Abu Mazen, en 2008). En el citado estudio se preguntó a los árabes de Jerusalén Oriental, entre otras cosas, en qué lado de la frontera querrían vivir tras un acuerdo de paz, es decir, si querrían ser ciudadanos de Israel o bien del futuro estado palestino. Los resultados son asombrosos: más de la mitad de los que contestaron quieren seguir estando en el lado israelí de la frontera y ser ciudadanos israelíes. Y este dato es aún más sorprendente si consideramos que los árabes de Jerusalén Oriental (no así los palestinos de Gaza y de las demás partes de Cisjordania) son probablemente la población palestina más integrada en la sociedad israelí y, entre otras cosas, incluso votó en las elecciones municipales en Jerusalén, la única ciudad mixta de todas las ciudades de Gaza y Cisjordania (no así de Israel, donde existen otros ejemplos como Haifa).

Volviendo a la pregunta que mencioné que me hicieron, fue formulada después de mi conferencia en la Escuela Diplomática en Madrid. A pesar de que la conferencia no trataba sobre el conflicto árabe-israelí, tres alumnos de origen palestino que asistieron trataban a toda costa de introducir el conflicto en la misma.

Una de estas alumnas, árabe-palestina de Jerusalén Oriental, dijo entre otras cosas que yo estaba tratando de presentar la sociedad israelí como una sociedad perfecta, liberal y democrática pero que en realidad está llena de conflictos internos y enfrentamientos: entre religiosos y laicos, entre inmigrantes y nativos y entre inmigrantes de uno u otro origen. Además, añadió que el “Apartheid” (otra vez esta palabra “mágica”) está presente incluso dentro de la propia sociedad israelí.

Mi respuesta fue doble, por un lado, le expliqué que no presentamos a Israel y a la sociedad israelí como algo utópico, lo cual no implica que tengamos que aceptar la crítica ciega y falsa por el simple hecho de ser israelíes. Y por otro, le pregunté que, si la situación en Israel es tan terrible como ella decía y si realmente existiera un “Apartheid” como ella proclamaba, ¿cómo podría explicarse el hecho de que tras un acuerdo de paz la mitad de sus vecinos y familiares prefiriesen vivir conmigo a vivir con ella?

Quizá la situación en Israel no sea tan terrible. Quizá la situación en su lado sea mucho peor. O quizá ambas cosas sean ciertas y no como ella dice.


Lior Haiat
Portavoz de la Embajada de Israel